Por Juan Pippia
A diferencia de la percepción que nos puede producir la serie, la industria nuclear soviética era tecnológicamente avanzada y resultaba en un motivo de orgullo para los socialistas de todo el mundo. En el siguiente post, contamos cómo la Unión Soviética partiendo de cero, aprendió a manipular a los átomos y se transformó en una potencia nuclear.
Tras Hiroshima y Nagasaki, un preocupado Stalin promovió la investigación nuclear. A pesar de contar con una base económica destruida por la 2°GM, la dirigencia política soviética decidió volcar cuantiosos recursos a la investigación científica y acelerar el programa nuclear. ¿Pero cómo una economía devastada, que apenas se había industrializado y que seguía siendo masivamente rural, podría dominar los átomos? Esto fue posible gracias a lo que el experto en la industria militar china, Tai Ming Cheung, denominan el “push-system”. El Estado asigna cuantiosos fondos, personal científico y otros recursos a un proyecto que define como prioritario o estratégico, lo sostiene en el tiempo y continúa financiándolo, aun frente a condiciones económicas adversas.
Lógicamente, sostener esos proyectos resultan políticamente costos o directamente prohibitivos para las democracias, dado que los grupos de presión o la población podrían demandar esos recursos para satisfacer necesidades más inmediatas. Pero en regímenes totalitarios -como era la URSS- las demandas de la población pueden ser reprimidas y los grupos de presión, censurados o abortados.La URSS no fue el único caso. Tai -el arriba mencionado- desarrolla como la República Popular China, en tiempos de Mao Zedong, se nuclearizó y se hizo de un amplio abanico de armas convencionales (“Fortifying China: The Struggle to Build a Modern Defense Economy”, 2009). Otro caso más significativo fue la Alemania Nazi que desarrollo tecnologías de vanguardia como los primeros misiles y aviones de propulsión (Adam Tooze, “The Wages of Destruction: The Making and Breaking of the Nazi Economy”, 2008). En la actualidad, el caso más extremo de “push-system”, lo podemos ver en el programa nuclear y misilístico de Corea del Norte.
En la serie de HBO, podemos ver el “push system” en la calidad de vida que poseían los habitantes de Pripyat, muchos de los cuales trabajaban en la planta nuclear. Los soviéticos premiaban con mejores sueldos y beneficios sociales a aquellos trabajadores y científicos que pertenecían a un sector “estratégico”. También lo podemos observar en el personaje del genial Jared Harris, Valery Legasov. A lo largo de los primeros capítulos de la serie, muchos caímos en “la trampa” de pensar que Legasov era un científico brillante y que se atrevía a discutir ordenes con las autoridades soviéticas. Pero en el último capítulo se revela que en realidad, él es un miembro condecorado del partido e hijo de un dirigente soviético. Bajo el “push system”, la importancia del cargo es proporcional al compromiso con el partido.
Volviendo a la URSS, en 1949 logró hacerse de su primera bomba atómica; llamada “Primer Rayo” por los soviéticos o “Joe 1” por los estadounidenses. Con la bomba, la URSS rompió el monopolio estadounidense, obligó a Washington a rediseñar su estrategia de defensa en Europa Occidental y estableció las reglas de juego para la bipolaridad. No obstante la importancia de la “nuke”, la humanidad todavía no había aprendido a manipular los átomos para producir energía eléctrica. Los primeros usos civiles o económicos que se pensaron era la realización de explosiones dirigidas. En 1949, al poco tiempo de oficializar su nuclearización, el Representante soviético ante la ONU, afirmó que no buscaban la acumulación de un arsenal nuclear (cosa que sí hicieron); sino que la energía atómica tendría el fin de “favorecer la economía doméstica” al “explotar montañas”, “cambiar el curso de los ríos” e “irrigar desiertos” (cosas que por suerte hicieron poco, de lo contrario el legado medioambiental soviético hubiese sido todavía peor).
Pero –como todos ya sabemos- las investigaciones en el campo nuclear condujeron a que el mayor provecho que la humanidad podía extraer, no serían con explosiones dirigidas, sino con la generación de energía eléctrica. Y es en este ámbito donde la URSS aventajó a EEUU. Todos recuerdan que la Unión Soviética “madrugó” a los estadounidenses con la puesta en órbita del primer satélite, el “Sputnik”, en 1957. Pero también es cierto que -en 1954- los científicos soviéticos crearon el 1° reactor nuclear para producir electricidad. Y en 1963, perfeccionaron la tecnología y pusieron en marcha el 1° reactor comercial: El AM-1 con una capacidad de 750kW.A lo largo de las décadas de 1970 y 1980, la URSS experimentó un “auge nuclear”, al ser el país que más rápidamente construyó plantas nucleares y que más electricidad produjo.
Para el momento de Chernobyl, la URSS contaba con 25 plantas, la mayoría ubicadas en la parte europea y que ofrecían una cifra cercana al 41% de la electricidad que consumía dicha región. El haber alcanzado todos estos logros, habiendo partido desde tan abajo, generó un auténtico sentimiento de orgullo nacional en la población soviética. La promesa de electrificar a toda la URSS, tan promovida por la propaganda bolchevique, efectivamente se cumplió. En la serie, este orgullo los conduce a concluir que no sería conveniente evacuar la ciudad y que mejor sería no alertar y maniobrar la situación con discreción, aun a riesgo de exponer a los civiles. El actor Donald Sumpter –que interpreta a un anciano dirigente del partido comunista pero que es más conocido por su rol de Maestre Luwin en “Game of Thrones”- advierte: “Sellamos la ciudad. Nadie sale y cortamos las líneas telefónicas. Contenemos la diseminación de desinformación. Es así como evitamos que el pueblo no arruine el fruto de su propio trabajo”.
En síntesis, el orgullo por la industria nuclear soviética, estaba por encima de la salud pública. El orgullo de los soviéticos, estaba artificialmente sobredimensionado por las particularidades del régimen totalitario. Como ya sabemos, las autoridades soviéticas restringían el acceso a la información, reprimían voces disidentes y prohibían la articulación de cualquier organización que demandase la más mínima accountability de la política nuclear. Al mismo tiempo, los líderes soviéticos bombardeaban con propaganda “anestesiante” y negaban cualquier problema o riesgo.
El caso inverso era lo que al mismo tiempo estaba sucediendo en EEUU y Occidente. Allí surgieron los movimientos ecologistas, organizaciones anti-nucleares y sospechas en la opinión pública sobre las virtudes de la energía nuclear. En 1979 se produjo el mayor accidente nuclear en la historia de EEUU. Una falla en la central de Three Mile Island (Pensilvania), desató la emisión de gases radioactivos hacia la atmósfera y si bien no hubo víctimas fatales -según Greenpeace- generó un aumento en los casos de cáncer y leucemia en las zonas aledañas. Pero probablemente el impacto más fuerte fue haber afectado la percepción de la opinión pública sobre la seguridad y la confiabilidad de la industria nuclear. Para peor, días antes se había estrenado la película “China Syndrome” protagonizada por Jane Fonda; la cual –increíblemente- hablaba sobre un accidente nuclear.
Nada de todo esto sucedía en la URSS. No había movimientos ecologistas, no había películas provocadoras, ni grupos de protesta. Los únicos que accedían a cierta información y podían advertir problemas y riesgos eran los científicos y físicos nucleares. En la serie de HBO, ese rol lo cumple Emily Watson; quien hace una brillante interpretación de una científica que descubre que algo había pasado en Chernobyl. El personaje de Watson representa a los muchos científicos que se involucraron en el accidente, aun a riesgo de ser sancionados o arrestados. Como ya sabemos, luego de 1986, la URSS experimentaría varios golpes. En 1988, los soviéticos son derrotados en Afganistán. A pesar de haber luchado atrozmente por 9 años, no lograron establecer un gobierno títere y funcional a sus intereses. Mucho más grave era la inestabilidad política y las protestas masivas que se experimentaban en toda Europa Oriental y que conducirían a la caída del Muro de Berlín en 1989. Tan solo dos años más tarde, la Unión Soviética se disolvería en 15 países y la Guerra Fría llegó a su final.
Todo esto impactó significativamente en la industria nuclear soviética. Para peor luego llegó el gobierno de Yeltsin, la muy traumática transición hacia una economía de mercado y la necesidad de ordenar las finanzas del Estado (alias: recortar gasto público); lo que condujo a sacrificar recursos para la industria nuclear. De este modo, entre 1986 y fines de la década de 1990, solo se abrió una central nuclear y se expandió la capacidad de una segunda. Pero contra todo pronóstico, a mediados de la década de 2000, la industria nuclear rusa experimentó un renacimiento que se explica por 1) la voluntad política de Putin de reestablecer al sector; 2) el boom de los precios de los commodities que le permitió al Estado ruso hacerse de significativos recursos; 3) el aumento de las exportaciones del sector nuclear (particularmente a China, Irán, India, etc.) y 4) el deseo de Gazprom de abandonar el mercado ruso y volcar mayores volúmenes a las exportaciones, donde la empresa obtiene un precio 5 veces mayor que en el mercado doméstico. Actualmente, Rusia cuenta con 10 plantas, con un total de 36 reactores que aportan el 18% de la electricidad que consumen los rusos. Por otra parte, hay 4 plantas en construcción y otras 9 planeadas. También hay 20 pedidos (planeados o confirmados) para construir plantas en el extranjero. En 2017, los contratos nucleares representaron ingresos por 133.000 millones de dólares (aunque las exportaciones de productos solo contabilizaron 8,5 millones). La industria nuclear sigue siendo estratégica, fundamental para ganar en exportaciones de mayor valor agregado y reducir la alta dependencia que Rusia tiene del gas natural y el petróleo (que constituyen el 52% del valor de sus exportaciones).